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La Tierra Tira sus Dados

2/9/2015

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/// Por Leandro Rojas Soto. Columnista invitado

La segunda posguerra reafirmó la fragilidad de todo lo existente: la del planeta, frente al poderío armamentístico que había logrado la especie, y la de la misma especie, presa ahora de la consciencia de su latente autodestrucción. Esto se reflejó en el campo literario, con un conjunto de obras, que de manera más o menos directa, indagaba en la relación tensa entre hombre y mundo, a la que se la caracterizaba como problema irresoluto.  
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Hay artistas que tienen la notable capacidad de hacer de su literatura algo más que mero divertimento; son los consagrados por el santo canon. Pero todavía puede que no esté tan claro que haya autores, tan diestros como aquellos, que prefieren desarrollar una literatura en apariencia pasatista, pero que en verdad está cargada de significados. Parece toda una contradicción, pero los opuestos configuran nuestra existencia, así como dentro de la cultura de masas lo hacen sus productos, que con frecuencia integran el “arte menor”. 
La ciencia ficción literaria siempre fue, desde su origen formal en la década de 1920 (aunque hay antecedentes pretéritos), un género bastardo, a camino entre el fantástico. Básicamente el chiste es la narración de sucesos factibles, que se desarrollan en un entorno imaginario, y que se vale, en el mejor de los casos, del saber de las ciencias para crear especulaciones en lo posible verosímiles. Se la tilda de literatura de anticipación, incluso cuando es el propio contexto el que ofrece los elementos de la narración, pues a partir de este se configurará el supuesto.  
La segunda posguerra reafirmó la fragilidad de todo lo existente: la del planeta, frente al poderío armamentístico que había logrado la especie, y la de la misma especie, presa ahora de la consciencia de su latente autodestrucción. Esto se reflejó en el campo literario, con un conjunto de obras, que de manera más o menos directa, indagaba en la relación tensa entre hombre y mundo, a la que se la caracterizaba como problema irresoluto.  
La Tierra permanece (Earth Abides, 1949) especula qué habría de suceder sin el predominio del homo sapiens y sin su intento de control sobre una planeta que ha sido asediado por el llamado avance civilizatorio. En esta novela de George R. Stewart un virus del que se sabe bastante poco aniquiló a gran parte de la humanidad, apenas unos pocos hombres y mujeres, naturalmente inmunes, han logrado subsistir. La historia es narrada a partir del foco en el geógrafo Isherwood Williams (a través de sus acciones y cavilaciones), un individuo crecientemente tenaz y de una inteligencia apenas superior al resto pero suficiente para convertirse en líder de los sobrevivientes. Conocerá a Em, una mujer de color –dato no menor para una época de creciente lucha por los derechos civiles–  con la que formará familia en una sociedad que, luego del Gran Desastre, recuerda a la de los nativos americanos.  
En español circula la versión de Minotauro de 2004, que fue lanzada como parte de la colección Kronos (encargada de rescatar clásicos del rubro), y cuenta con la traducción de Gregorio Lemos, escritor que tiene varios trabajos en su haber. La novela ganó el primer International Fantasy Award en 1951 y fue considerada por la revista especializada Locus como lo mejor de la ciencia ficción de todos los tiempos, a fines del ochenta, construyendo así su propia base de legitimación. Tuvo además un radioteatro producido por la CBS y protagonizado por el experimentado John Dehner.    
En verdad, Stewart fue un gran lector de su tiempo (recordemos que era historiador) y probablemente tenía bien en claro el problema del hombre para vincularse con su entorno. La alegoría del origen de los Estados Unidos aquí es acompañada por otra más cautivante: nuevas leyes se establecen y nuevas formas de sentir se imponen en una Tierra a la que hay que cambiar y, a su vez, a cuya furia hay que adaptarse. Otra cultura que se erige sobre los restos del presente y, en lo posible, bajo las advertencias del pasado. Asimismo, la soga al cuello de la humanidad, su posible extinción total, es cada vez más plausible generación tras generación. Dentro de un entorno cada vez más peligroso, infectado de alimañas e insectos asechando, el impulso básico por subsistir se vuelve, paulatinamente, básico y tribal. Aquí los productos de la modernidad se han revelado como lo que realmente son, inservibles comodidades del progreso.  
El estilo frontal y sin ambages de las acciones de Ish y de la comunidad naciente se intercala con unos pasajes muy líricos, que agregan información sobre las transformaciones y avatares que se van sucediendo en este nuevo mundo. Es por esto que los que apenas se acercan al género serán igual de recompensados como los aficionados a la ciencia ficción especulativa.
Para muchos, este trabajo de Stewart es notable por la novedad que supuso para la época ya que sentó las bases del subgénero apocalíptico y se adelantó al mensaje proecológico. Para otros su escritor carece de la audacia suficiente para sobrellevar el conflicto que da una buena peripecia. Y hay también quienes le objetan que prescinda del conocimiento científico para sostener la historia. Ciertamente, tales apreciaciones tienen su cuota de verdad. Por momentos la morosidad de las acciones dilata demasiado las situaciones, pero es notable el planteo de una comunidad que se encuentra obligada a reformular sus vínculos sociales y su dialéctica con la Naturaleza. Y lo hace sin caer en consignas huecas ni panfletarias, ni tampoco en los clisés del género.        
En La Tierra permanece se agita un nuevo cubilete, unos dados vírgenes se arrojan sobre el paño de este mundo, que, pese al hombre, sigue girando. 
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    Periodista Ambiental, comunicación, medioambiente, ecología, naturaleza, biodiversidad, conflictos ambientales, calentamiento global, soberanía alimentaria, permacultura, agrotóxicos, reciclado, basura, diseño, RSE, fracking, megaminería,

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