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Los sentidos de la arena

1/2/2016

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// Por Leandro Rojas Soto
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Es cierto que la arena no es apta para la vida. No obstante, ¿es acaso indispensable la condición inmóvil para la existencia? ¿No es porque uno trata de aferrarse a una determinada condición por lo que surge esa desagradable competencia entre los hombres? Si uno abandonara esa posición fija para dejarse arrastrar por el movimiento de la arena, con seguridad la competencia cesaría. En realidad, en los desiertos florecen las flores y viven insectos y otros animales. Estas criaturas fueron capaces de escapar de la competencia mediante su gran habilidad para adaptarse, como por ejemplo la familia de los escarabajos que encontró el hombre... 
Este es uno de los pasajes de  “La mujer de la arena”  (Suna no onna, 1962) del escritor, dramaturgo y poeta Kōbō Abe (1924-1993). Un profesor aficionado a la entomología aprovecha sus vacaciones de verano para agregar insectos a su colección. Va a parar en una aldea desconocida, construida entre las dunas y cuyos habitantes se muestran en un inicio hospitalarios para luego revelarse como secuestradores y esclavistas. Niki Jumpei es introducido en un pozo gigante donde, bajo engaño, quedará confinado. 
Allí hay una casa hundida entre los granos de arena, en la que vive una mujer viuda, joven y servicial. Ella le insiste en excavar y sacar la arena que entra incesante al hogar debido a los vientos de la región. Para sobrevivir y  poder convivir en armonía será necesario someterse a esa tarea absurda con su semejante. Pero él entenderá de a poco que su nueva tarea en la vida no es más absurda que las obligaciones urgentes de la civilización moderna, esas a las que la humanidad se supedita sin remedio, transformando a la naturaleza según los caprichos de su conciencia, aún sin dominarla jamás, mientras ve pasar la inexorable finitud del ser. ​
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Difusión Editorial Siruela
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Difusión kōbō abe
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Difusión Hiroshi Teshigahara
Se trata sin más de una novela enorme. Enorme porque –como los grandes textos literarios- soporta múltiples y variadas lecturas. Desde la psicológica hasta la biológica, pasando por la mirada existencialista y la humanista, e incluso de la antropología y la sociología política.  
Su autor ha sido tildado  –marketing mediante–  como el “Kafka japonés” y, ciertamente, la influencia del autor de “La metamorfosis” es innegable. La tragedia absurda, la alienación moderna y la angustia de pesadilla son marcas de su obra. Pero allí donde las palabras del checo hacen de la angustia contemporánea una caída abisal, en Abe el deterioro de la subjetividad se torna aventura. Una puerta entornada que avizora otra individualidad, a su vez, susceptible de una nueva erosión de la crítica; bajo la traza del fantástico, el surrealismo y el humor, estos últimos rasgos que también lo emparentan con Samuel Beckett y Eugène Ionesco (o con el cubano Virgilio Piñera, si se lo prefiere). 
La novela cuenta con la invalorable traducción al español del artista argentino-nipón Kazuya Sakai. En ella se observa un registro sencillo que bien sirve a forjar una conspiración de misterio, la cual atrapa de inmediato. Asimismo sobresale por tener una textualidad perceptible, con escenas que permiten imaginar lo visual y lo táctil con facilidad, y cuyo entramado es la viva experiencia de una sensualidad hipnótica y palpable a través de la profundidad y materialidad de sus elementos. 
Estas características permitieron una destacada adaptación al celuloide a cargo de Hiroshi Teshigahara. La película de 1964 tendría buena repercusión en festivales internacionales, con un galardón en Cannes (Premio Especial del Jurado) y dos nominaciones a los premios Oscar (por dirección y mejor película de habla no inglesa). Se destaca además por la música opiácea de Tôru Takemiyu y la bellísima fotografía de Hiroshi Segawa. No fue la única colaboración entre estos artistas, pues ya se habían reunido en “The Pitfall” (Otoshiana, 1962) y lo volverían a hacer en la memorable “El rostro ajeno” (Tanin no kao, 1966), sobre un científico que, tras sufrir un accidente de laboratorio, se obsesiona con la idea de reconstruir una máscara capaz de terminar con el dolor de su alma.   
Para cerrar la novela que haría famoso al tokyota Abe a nivel mundial, la carencia de una forma estridente no hace a “La mujer de la arena” una historia simple ni mucho menos, más bien esa supuesta falta le facilita un entretejido sutil y ambiguo, que desemboca en un final en blanco que ha de ser completado por el lector y cuyo sentido se escabulle como piedritas de arena entre las manos.         
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    Periodista Ambiental, comunicación, medioambiente, ecología, naturaleza, biodiversidad, conflictos ambientales, calentamiento global, soberanía alimentaria, permacultura, agrotóxicos, reciclado, basura, diseño, RSE, fracking, megaminería,

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